sábado, 12 de mayo de 2012

Una Princesa de un cuento real. Parte 1

Erase una vez, una niña que soñaba con ser princesa. La niña tenía la piel color caramelo, el cabello castaño lacio y los ojos negros como el pechiche.
 Aquella niña siempre estaba feliz, casi nunca lloró  y creo que puedo relatar a continuación el porqué de tanta felicidad.
Ella vivía en un hermoso pueblo perdido en el tiempo, entre acantilados que bordeaban un agitado mar, y eran testigos diarios de rojos atardeceres.
La niña vivía con sus abuelitos, Olimpia y Santiago, ellos siempre tomados de la mano de ella, con dulzura, siempre juntos, siempre diciéndole a ella como ser una buena niña.
Tenían una casa, donde la brisa marina entraba y salía cuando quería, libre y juguetona,  donde la luz del día se hacía presente en cada ventana apoderándose de todo y al caer la noche la luna aparecía majestuosa con un vestido cubierto de estrellas, nunca se sintió la oscuridad. En esa casa la pequeña niña convivió con el amor, con su esencia.
Sus padres Lenin y Ferminita, venían de lejos a visitarla, cada que llegaba el fin de semana la llenaban de tanto cariño, que había momentos en que la niña se sentía una verdadera princesa, es que ellos siempre supieron hacerle sentir como se trataba a un princesa. Para sus padres la niña era más que eso y se lo recordaban día a día, sin que la niña entendiera que no debía soñar con ser princesa, porque para su familia desde el momento que apareció en sus vidas, la cuidaron como un preciado tesoro.
Llego un momento en que la confusión de la niña era tal, de que creyó tener dos papas y dos mamas, la única diferencia era que unos lucían más jóvenes que otros. Siempre rodeada de abrazos, mimos, sonrisas, sorpresas, siempre envuelta de amor.
La niña tenía una vida feliz, siempre tuvo más de lo que podía pedir.
Cada cumpleaños lo celebraba dos veces, en su casita de pueblo, con sus abuelitos Olimpia y Santiago, y con sus padres que viajaban a acompañarla para hacer una hermosa matine con pastel, muchos dulces y piñata. Pero en un abrir y cerrar de ojos, tenía una celebración en la casa de ciudad de su abuelito Victoriano, el esperaba su llegada sentado en el sillón de su escritorio, con una blanca guayabera y con un ángel detrás que hacía que recordara el amor que su amada esposa Mercedes le había dado en vida. La niña llegaba a comer su pastel encima de aquel gran escritorio a revolver papeles y a jugar con las muñecas de trapo que le regalaban. La pequeña siempre visitaba a su abuelito de ciudad y con el venia más pastel y más pollo, de esos que el sabia cuanto le gustaba a la niña y que siempre tenía que estar sobre la mesa para comer juntos.
Los olores y los sabores siempre fueron parte de la vida de aquella niña, siempre a las 12h30 había un delicioso almuerzo con olor a mar y a las 18h00 estaba el pan de molde caliente sobre la mesa, días con olores a sopa de queso, otros con olor a pie de piña, otros con olor a choclo tierno y unos que otros días con olor a empanadas recién hechas con café.

Princesa Jasmine - Aladdín
La niña siempre salía sonriente en las fotos, pero no era la pose de las fotos simplemente siempre estaba feliz y había muchos culpables por esa felicidad, muchas manos trabajaban día a día por sus sonrisa, por sus carcajadas o por ver una que otra payasada.
Al pasar del tiempo la niña seguía pensando en las princesas de rubios y largos cabellos, los cuentos de hadas y las historias con finales felices donde habían duendes y  elfos, que jugaban con  gatos embrujados, la niña siempre recordaba su cuento favorito cada noche, aquel que se llama gobolino, uno de los motivos por los cuales siempre quiso tener un gato negro con ojos azules y una patita blanca; no era fácil cumplir ese deseo, por la alergia a los gatos de aquella pequeña. Cuando le regalaron su primer perrito al que lo llamaba Punki, se transformo en su compañero de juegos y cuando lo retaban por hacer travesuras de cachorro, ella corria a acariciarlo y a esconderse junto a aquel pequeño ser, que tantas alegrias le brindo. Asi ella pasaba el tiempo siempre soñando, siempre jugando, siempre sonriendo.
Una vez la niña le dijo a su mamá: “Mami, cuando sea grande voy a ser rubia” – su madre confundida le pregunto el motivo y la niña contesto: “Mami, mira este cuento que me lees todas las noches aquí todas las princesas son rubias, yo quiero ser rubia”. Su madre sonrió y le explico que ella era una hermosa niña y que siempre seria su princesa de cabello castaño. Imagino ahora que la niña sonrió también y siguió jugando con sus cuentos y sus muñecas.
Aquella niña feliz, fue creciendo y el tiempo pasó, se hizo mujer pero nunca se hizo rubia, es una hemosa castaña, hasta el día de hoy sigue sintiéndose una princesa, con la piel color caramelo y un largo cabello aunque ya no es lacio como antes.

La mujer en la que se transformo sigue creyendo en los cuentos de hadas y en los finales felices.
Aquella mujer sigue sonriendo igual, que cuando era esa niña, y aunque la vida ha sabido darle lecciones en las cuales aprendió a llorar, cada lágrima pudiera ser una razón para endurecerle el corazón, cada decepción hubiera sido un motivo para dejar de sonreír y dejar de soñar, sin embargo y a pesar de que sus abuelitos ya no están, sigue sintiendo la presencia de ellos en forma de ángeles etéreos que la cuidan y la abrazan cuando esta sola.
Aquella niña que hoy ya es una mujer, siente siempre la luz en la oscuridad cuando sus padres la toman de la mano para guiarla, aquella niña que hoy se sienta a escribir estas letras entre suspiros y sollozos termina este cuento con una sonrisa, porque la vida y los que la aman han sabido regalarle el significado de la felicidad. Aquella felicidad que no es eterna, que es compartida en el tiempo y que se guarda y se toma de los recuerdos nuevos de los sueños viejos y de aquellos sueños que están por venir.

Dedicado a mis PADRES que cuando me toman de la mano, estoy segura de no perderme y por que sin ellos no sería la Mujer que soy. Etérea y complicada, pero casi siempre con una sonrisa.


                                                                      









 Su Princesa,